Hoy, a 70 años de su partida del mundo...
Hay
buenos muchachitos, con metejones de primera agua, que le amargan la vida a sus
respectivas novias promoviendo tempestades de celos, que son realmente
tormentas en vasos de agua, con lluvias de lágrimas y truenos de
recriminaciones.
Generalmente
las mujeres son menos celosas que los hombres. Y si son inteligentes, aun
cuando sean celosas, se cuidan muy bien de descubrir tal sentimiento, porque
saben que la exposición de semejante debilidad las entrega atadas de pies y
manos al fulano que les sorbió el seso. De
cualquier manera; el sentimiento de los celos es digno de estudio, no por los
disgustos que provoca, sino por lo que revela en cuanto a psicología
individual.
Puede
establecerse esta regla:
Cuanto
menos mujeres ha tratado un individuo, más celoso es.
La
novedad del sentimiento amoroso conturba, casi asusta, y trastorna la vida de
un individuo poco acostumbrado a tales descargas y cargas de emoción. La mujer
llega a constituir para este sujeto un fenómeno divino, exclusivo. Se imagina
que la suma de felicidad que ella suscita en él, puede proporcionársela a otro
hombre; y entonces Fulano se toma la cabeza, espantado al pensar que toda
"su" felicidad, está depositada en esa mujer, igual que en un banco.
Ahora bien, en tiempos de crisis, ustedes saben perfectamente que los señores
y señoras que tienen depósitos en instituciones bancarias, se precipitan a retirar
sus depósitos, poseídos de la locura del pánico. Algo igual ocurre en el
celoso. Con la diferencia que él piensa que si su "banco" quiebra, no
podrá depositar su felicidad ya en ninguna parte. Siempre ocurre esta
catástrofe mental con los pequeños financieros sin cancha y los pequeños
enamorados sin experiencia.
Frecuentemente,
también, el hombre es celoso de la mujer cuyo mecanismo psicológico no conoce.
Ahora bien: para conocer el mecanismo psicológico de la mujer, hay que tratar a
muchas, y no elegir precisamente a las ingenuas para enamorarse, sino a las
"vivas", las astutas y las desvergonzadas, porque ellas son fuente de
enseñanzas maravillosas para un hombre sin experiencia, y le enseñan
(involuntariamente, por supuesto) los mil resortes y engranajes de que
"puede" componerse el alma femenina. (Conste que digo "de que
puede componerse", no de que se compone.)
Los
pequeños enamorados, como los pequeños financistas, tienen en su capital de
amor una sensibilidad tan prodigiosa, que hay mujeres que se desesperan de
encontrarse frente a un hombre a quien quieren, pero que les atormenta la vida
con sus estupideces infundadas.
Los
celos constituyen un sentimiento inferior, bajuno. El hombre, cela casi siempre
a la mujer que no conoce, que no ha estudiado, y que casi siempre es superior
intelectualmente a él. En síntesis, el celo es la envidia al revés.
Lo
más grave en la demostración de los celos es que el individuo,
involuntariamente, se pone a merced de la mujer. La mujer en ese caso, puede hacer
de él lo que se le antoja. Lo maneja a su voluntad. El celo (miedo de que ella
lo abandone o prefiera a otro) pone de manifiesto la débil naturaleza del
celoso, su pasión extrema, y su falta de discernimiento. Y un hombre
inteligente, jamás le demuestra celos a una mujer, ni cuando es celoso. Se
guarda prudentemente sus sentimientos; y ese acto de voluntad repetido
continuamente en las relaciones con el ser que ama, termina por colocarle en un
plano superior al de ella, hasta que al llegar a determinado punto de control
interior, el individuo "llega a saber que puede prescindir de esa mujer el
día que ella no proceda con él como es debido".
A
su vez la mujer, que es sagaz e intuitiva, termina por darse cuenta de que con
una naturaleza tan sólidamente plantada no se puede jugar, y entonces las
relaciones entre ambos sexos se desarrollan con una normalidad que raras veces
deja algo que desear, o terminan para mejor tranquilidad de ambos.
Claro
está que para saber ocultar diestramente los sentimientos subterráneos que nos
sacuden, es menester un entrenamiento largo, una educación de práctica de la
voluntad. Esta educación "práctica de la voluntad" es frecuentísima
entre las mujeres. Todos los días nos encontramos con muchachas que han educado
su voluntad y sus intereses de tal manera que envejecen a la espera de marido,
en celibato rigurosamente mantenido. Se dicen: "Algún día llegará".
Y en algunos casos llega, efectivamente, el individuo que se las llevará
contento y bailando para el Registro Civil, que debía denominarse
"Registro de la Propiedad Femenina".
Sólo
las mujeres muy ignorantes y muy brutas son celosas. El resto, clase media,
superior, por excepción alberga semejante sentimiento. Durante el noviazgo
muchas mujeres aparentan ser celosas; algunas también lo son, efectivamente.
Pero en aquellas que aparentan celos, descubrimos que el celo es un sentimiento
cuya finalidad es demostrar amor intenso inexistente, hacia un_ bobalicón que
sólo cree en el amor cuando el amor va acompañado de celos. Ciertamente, hay
individuos que no creen en el afecto, si el cariño no va acompañado de
comedietas vulgares, como son, en realidad, las que constituyen los celos, pues
jamás resuelven nada serio.
Las
señoras casadas, al cabo de media docena de años de matrimonio (algunas
antes), pierden por completo los celos. Algunas, cuando barruntan que los
esposos tienen aventurillas de géneros dudosos, dicen, en círculos de amigas:
-Los
hombres son como los chicos grandes. Hay que dejar que se distraigan. También
una no los va a tener todo el día pegados a las faldas...
Y
los "chicos grandes" se divierten. Más aún, se olvidan de que un día
fueron celosos...
Pero
este es tema para otra oportunidad.
Aguafuertes porteñas.
La Rufiana Melancólica